martes, 28 de mayo de 2013

Epílogo

Aeropuerto de Mandalay. Al tiempo que esperaba en la sala de embarque y me entretenía observando a los viajeros con rumbo a Kunming, en China, iba repasando mentalmente todo lo acontecido durante este viaje, uno de los mejores que he hecho nunca. Entrar en Myanmar fue algo excepcional, casi curativo. Lo vivido y experimentado allí, no sólo se limita a los lugares visitados ni a la gente tan maravillosa que me fui encontrando. Fue mucho más allá. Esta experiencia me ayudó a mejorar mi ánimo y a cambiar en parte mi actitud, dejando de lado una especie de negatividad que llevaba arrastrando desde hace meses. Por supuesto que también hubo momentos complicados, como habéis podido leer, pero en general las luces se impusieron a las sombras, y la valoración final ha sobrepasado las expectativas.





Al mismo tiempo, mientras una familia china se mantenía enganchada a sus respectivos I-Phones, sin dialogar nada en absoluto, yo iba haciéndome la idea del contraste que me encontraría a la vuelta. Quizás fue eso lo que provocó esta reacción emocional hacia Myanmar, ese deseo de abandonar China por un tiempo y encontrarme con una sociedad mucho más sencilla, humilde y amigable. No digo que donde vivo ahora no existan personas admirables y llenas de bondad y buenos sentimientos, pero aquí percibo como una especie de halo, en términos de normas, valores y convenciones sociales, que imbuye a la gente ciertas actitudes y conductas que llegan a resultar cansinas. No me quiero ir por los cerros de Úbeda, que para hablar de China ya tengo otro blog. El caso es que el fuerte contraste y las ganas de cambiar influyeron en mi juicio sobre este viaje. Aún así, Myanmar tiene numerosas razones por las que vale la pena visitarlo, independientemente del país de donde se venga.



No quisiera concluir sin antes agradecer a mi fenomenal compañera de viaje, Lucía, por ser ella la que me sugirió en un principio viajar a Myanmar y por los buenos ratos vividos allí. También (aunque sé que no lo van a leer y, aunque lo hagan, no me fío del traductor de Google...) a todos aquellas personas que me fui encontrando en mi camino y me ayudaron de algún modo, tanto con sus actos como sus palabras. Y por último, a los poquitos que habéis leído este diario hasta el final, espero que hayáis disfrutado con la lectura y os animéis algún día a vivir la experiencia birmana, seguro que no os arrepentiréis lo más mínimo. Esto ha sido todo (de momento), lo mismo en el futuro hay una segunda visita, no lo descarto.


Quien desea viajar rápido toma los viejos caminos.
Proverbio birmano. 

 

lunes, 27 de mayo de 2013

Día 24: Explora, que algo queda

Antes de irme de Myanmar, aún me quedaba tiempo y energías para una última excursión, visitando algunos puntos en los alrededores de Mandalay. Había que darlo ya todo, así que salí muy temprano hacia Sagaing, a unos 45 minutos en carricoche, un lugar conocido por ser el santuario de la meditación de la región. Su principal atracción es Sagaing Hill, una colina desde cuya cima se divisan una sensacionales vistas, con infinidad de estupas y monasterios conectados por sinuosos senderos y escalones.

































Al mediodía, fui a Inwa, una antigua ciudad imperial de la que solo quedan sus ruinas. Para llegar aquí se necesita tomar una pequeña barca que, en cinco minutos, atraviesa el río Myitnge y deja a los viajeros en el otro extremo, donde esperan decenas de carros de caballos, un vehículo esencial si se quiere explorar cómodamente el lugar. Yo compartí transporte con un grupito de mujeres, todas mayores de 65 años, que estaban viajando solas, algo que merecía tanto mi admiración como mi curiosidad. Por cierto, la mayor de ellas, una francesa de 70 años, hablaba un español perfecto, y me estuvo contando sus aventuras, viajando durante décadas por el mundo. ¡Yo también quiero una vejez así! Sobre Inwa, durante un recorrido de cerca de dos horas se pueden ver los puntos principales, como el monasterio de Bagaya o la torre inclinada, resto de lo que en su día fue el palacio imperial, destruido por un terremoto en el siglo XIX.



Aún me quedaba algo de tiempo para desplazarme a Amarapura y visitar su famoso puente U Bein, el puente construido en madera de teca más largo del mundo (1,2 kilómetros), que se mantiene en pié a pesar de sus 200 años de antigüedad. Es todo un espectáculo contemplar esta maravilla de la arquitectura al atardecer, el último en este viaje en Myanmar. Antes de volver al hotel, decidí parar en la pagoda de Mahamuni, la cual se encuentra de camino en la carretera que viene de Amarapura. Aquí, custodiada en su altar central, se halla la estatua de Buda más famosa y venerada de todo el país, Cada día, cientos de fieles se acercan a dejar sus ofrendas y cubrir la imagen con láminas doradas. La atmósfera que se respira en este lugar al caer la noche es definitivamente mágica.
































Con el eco de los mantras budistas de Mahamuni en mi cabeza, acabé esta magnífica jornada, que puso el broche final a más de 3 semanas de vivencias y sensaciones, atravesando Myanmar, un país de fabula que me cautivó. Me reservaré mis reflexiones finales para una próxima entrada, hasta aquí el diario de ruta, espero haber animado a más de uno a lanzarse a la aventura por estas tierras.


martes, 21 de mayo de 2013

Días 22 y 23: Recta final

He decidido combinar estas dos jornadas de viaje ya que las dos transcurrieron con bastante calma y sin apenas anécdotas reseñables. La primera de ellas la pasé casi por completo en el tren, la misma línea que tome desde Pyin U Lwin (algún día aprenderé a escribirlo bien sin copiarme) hasta Hsipaw, pero de camino inverso, con destino a Mandalay. Debido a que el autobús desde Kyaukme salía demasiado temprano, preferí la opción del tren, aunque esta vez se me hizo mucho más largo y pesado. Llegué más tarde de lo que pensaba (tuvimos un par de parones imprevistos por el camino) y, como el hotel extravió la reserva que había hecho previamente, tuve que pasar esa noche en el sofá de madera de la recepción. Como nota curiosa, los recepcionistas eran seguidores del Barcelona y estaban viendo un partido en diferido contra el Milán, de cuando todavía jugaba Rivaldo.



A la mañana siguiente, salí con el propósito de hacer las últimas compras de recuerdos varios para amigos y familiares. Me acompañó Thae Thae, aquella chica que me encontré en la estación de autobuses cuando iba camino de Bagan. Ella me ayudó a encontrar lugares interesantes para ir de compras, como Zeigyo Market, muy cerca de la torre del reloj, donde se puede encontrar de todo y a muy buen precio. Ya por la tarde, fui a recoger mi abrigo al centro de arte de Ángela y a despedirme de ella. Acabamos cenando en un sitio regentado por su amiga Cai Zhu, donde probé unos tallarines excelentes. Si visitáis Mandalay, podéis pasar a tomaros algo y darle recuerdos a la chavala, que me cayó genial. El bar se llama Shwe Kya Khaing, y está en la calle 35, entre la 67 y la 68 (sí, os recuerdo que en Mandalay, las calles no tienen nombre).



Satisfecho con los encuentros y las compras (este verano voy a ver a más de uno luciendo “lungui”...), volví al hotel a preparar la que sería ya mi última jornada del viaje, en la que planeaba recorrer algunos lugares destacados en los alrededores de Mandalay. Las horas pasaban ya cada vez más rápido y sin casi darme cuenta había llegado casi al final de la aventura. Qué corto se me había hecho todo.


jueves, 16 de mayo de 2013

Día 21: Por los cerros de Kyaukme

Por la mañana temprano, llegó a la puerta del hotel un chaval montado en moto que preguntaba por mí. Su nombre era Li, un estudiante de inglés, que ese día iba a ser mi guía por los alrededores de Kyaukme. Me dijo que él nunca había hecho esta labor, pero que le gustaría trabajar en este puesto en el futuro. Se sentía muy contento por haberle dado esta oportunidad, ya que le serviría como práctica. Tras acoplarme el casco en plan Playmobil, nos fuimos a casa de su primo, cuya familia se dedicaba a la elaboración del papel de bambú, un bien preciado en esta región y que da trabajo a cientos de familias. El susodicho pariente me estuvo explicando todo el proceso desde que se trae el bambú al taller hasta que se consigue el producto final, el cual se suele exportar la mayor parte a China.


El plan inicial de Li era llevarme en moto a unas aldeas remotas en las montañas, donde residen los miembros de la etnia Palaung. Pero al final tuvo que modificar un poco su itinerario porque decía que su madre no le dejaba ir por esos parajes. La razón, por lo visto, era que había algunas guerrillas rebeldes que capturaban y reclutaban soldados entre los jóvenes de la región, para combatir contra las milicias del gobierno. En ese caso, le dije que lo mejor era seguir los consejos de las madres, que son muy sabios y no jugarnos el pellejo. De todas maneras, cualquier lugar de los alrededores resultaba atractivo para mí.
Dejamos la moto aparcada en una aldea a unos 5 kilómetros de Kyaukme y continuamos el recorrido a pie, cruzándonos con aldeanos que me miraban con sorpresa. Para muchos, quizás era la primera vez que veían un extranjero y les llamaba la atención que podía estar buscando yo por esas tierras tan recónditas.

Siguiendo el mapa de la Tierra Media

A mitad de camino, cuando ya llevábamos casi dos horas de pateo, empecé a sentir retortijones y tuve que parar unas cuantas veces entre los arbustos, no precisamente para buscar setas. Algo me había sentado mal en el desayuno y me pasé medio día grogui. Necesitaba un descanso y tomarme lo que sea que ayudara a controlar los intestinos. Así que paramos en una casita donde una muchacha nos acogió y me preparó una infusión y algo de comer (aunque yo no pude pasar del arroz hervido). Vivía con su madre, que era monja, y su bebé de pocos meses. Nos contó que se había quedado viuda de forma repentina y que ella tenía que trabajar el doble para poder mantener a su familia. De nuevo, ese choque con la vida en condiciones extremas, y con una hospitalidad y sentimientos a los que, por desgracia, no estamos acostumbrados y simplemente nos apabullan y nos hacen sentir miserables. Otra vez, reflexiones sobre lo mucho que nos quejamos y de lo poco que sabemos apreciar lo que tenemos, y de lo lindo que es saber que aún existen muchos corazones puros en el mundo, limpios de malas intenciones y siempre dispuestos a echar una mano a quien haga falta.































Regresamos a Kyaukme antes de caer la noche, sin ningún contratiempo aparte de mis turbulencias intestinales, que mejoraron durante la tarde. Me despedí de Li que, rechazó que le pagase, aunque al final aceptó que le invitase a cenar por lo menos. El chaval se portó genial y lo hizo muy bien para ser su debut como guía. Espero que en el futuro se pueda dedicar a esto y sacarse sus buenos cuartos . Una vez más, una gran persona en mi camino y otra magnífica jornada, de las mejores del viaje.






lunes, 13 de mayo de 2013

Día 20: Un rincón por descubrir

Antes del definitivo regreso a Mandalay, donde tomaría mi vuelo de vuelta a China, decidí para un par de días en Kyaukme, una localidad entre Hsipaw y Pyin U Lwin, famosa por su importante comunidad de inmigrantes chinos y sus talleres de papel de bambú. En este pueblecito se ven incluso menos extranjeros que en Hsipaw, y solo existe un hotel (A Yone OO Guest House) que acoge a viajeros. A decir verdad, el lugar no tiene más encanto que el que supone estar en un lugar donde los turistas se cuentan con cuentagotas. El principal atractivo se encuentra en los alrededores, con circuitos de senderismo a través de las aldeas de la etnia Palaung.

Mi autobús a Kyaukme






























Hasta caer la tarde estuve merodeando por Kyaukme sin ninguna anécdota a destacar, hasta que di con una pequeña escuela donde una profesora daba clases de inglés a sus estudiantes. Me invitaron a entrar y participar en la lección, lo que hice con entusiasmo. Me llamó la atención una lista de preguntas, especialmente dedicadas a los extranjeros que visitan Myanmar. Como muestra de agradecimiento, me dieron un café, una manzana y me ayudaron a encontrar un guía para que me acompañase al día siguiente. Mejor no pudo salir la cosa.































Y así concluyó un día más, expectante por saber que me aguardaba la excursión por los alrededores de Kyaukme, y las sorpresas que aún me quedaban por ver. A esas alturas de viaje, todo se había convertido en un continuo “dejarse llevar”, donde las planificaciones, rutas e itinerarios, dejaban paso a la espontaneidad y la improvisación. Me había embriagado casi por completo del espíritu de Myanmar y sus gentes.














lunes, 6 de mayo de 2013

Día 19: Elogio a la sencillez

Mi último día en Hsipaw lo pasé enteramente paseando por el pueblo y alrededores, simplemente observando la vida cotidiana de los habitantes. Pasé de excursiones con guía y visitas a monumentos concretos, lo único que me apetecía era caminar e irme parando en lugares que me llamaban la atención a nivel humano, como el mercado matutino a la orilla del río. Me tiré un buen rato ahí, solamente atendiendo las conversaciones y viendo el movimiento de gente entre los puestos. Más tarde me encontré de nuevo con Antoine y nos fuimos un rato a caminar por los alrededores del pueblo. Pasamos muy cerca del palacio Shan, donde el último rey de esta etnia gobernó hasta la llegada del gobierno militar en 1962. No se permitían visitas, así que nos conformamos con disfrutar de las aldeitas Shan y el ambiente del campo, que no es poco.





Durante el día, a través de diversos encuentros con los locales, gente sencilla, humilde y pacífica, a la que no se le percibe ni una pizca de maldad, fuimos divagando sobre la felicidad y su relación con el ambiente, los bienes de los que se dispone, las expectativas de la sociedad, etc. Quizás esta gente no sea tan feliz como parece, y su vida esté llena de penurias y sufrimiento, pero lo que está claro es que su capacidad de afrontamiento de las dificultades es digna de mención. Este rasgo es lo que de verdad hace a una persona más o menos feliz, la manera de percibir las carencias. Nosotros, habitantes de países ricos (al menos más ricos que muchos, por mucha crisis que estemos padeciendo), nos hemos habituado a poseer ciertos bienes, muchos de los cuales (como los teléfonos móviles) nos han venido casi impuestos por convencionalismos sociales, y nos sentimos infelices cuando carecemos de ellos. Todo ello conlleva una frustración absurda, ya que no nos damos cuenta de lo feliz que puede llegar a ser uno con lo mínimo. Como ya comenté a raíz de los días de senderismo, ¿cuánto tardaríamos en echar de menos nuestro ambiente habitual? ¿Podríamos llegar alguna vez a acostumbrarnos a esta vida sencilla, sin lujos ni accesorios?



Por la tarde me despedí de los Chen, que se marchaban al lago Inle. Fue una gran experiencia el haberlos encontrado y espero que algún día volvamos a cruzarnos en China, nunca se sabe. Para cenar quedé con Ona, la lituana que conocí unos días antes en Mandalay, y otro grupo de viajeros entre los que también había una chica española y otra polaca, a las cuales habíamos conocido en Kalaw. Como ya dije, estas coincidencias no son para nada sorprendentes en estos lugares. Tras la velada, volví a mi hostal a coger fuerzas para afrontar la recta final, empezando por un alto en Kyaukme, mi siguiente punto del viaje, donde tampoco faltarían momentos mágicos.




lunes, 29 de abril de 2013

Día 18: En la tierra de los Shan

Como una familia feliz, los Chen y yo salimos juntos de excursión, dispuestos a explorar los alrededores de Hsipaw junto a un guía que trabajaba para el hostal donde nos quedamos, Nam Khae Mao Guesthouse. Partimos en una barquita, navegando por el río Dohktawady, y parando en diversos puntos. El primero, un curioso monasterio budista alojado en un precipicio. El lugar, a pesar de estar construido de forma arcaica, llevaba allí desde hace más de cien años. En una pequeña cueva, se alojaba una estatua de Buda yacente y diversa parafernalia budista. Tras fumarnos un purito con el abad, continuamos la marcha.






Más adelante, estuvimos paseando por algunas aldeas Shan, una de las minorías étnicas más importantes en Myanmar. Tienen su propia lengua, alfabeto y creencias religiosas, basadas en el animismo. Desde hace unas decadas, la junta militar birmana viene ejerciendo una fuerte opresión sobre este grupo étnico, limitando sus derechos y machacando su legado cultural. Esto ha provocado un conflicto bélico entre el gobierno y la guerrilla rebelde, que aún sigue latente en el Noreste del país. Por suerte, Hsipaw y sus alrededores son completamente seguros y no hay que preocuparse por ningún tipo de enfrentamiento armado. Las zonas de riesgo están totalmente vetadas para los extranjeros y no se permite el acceso bajo ningún tipo de circunstancia.


Ya al caer la tarde, dejé a los Chen reposando en su habitación (si, los chinos se acuestan temprano aunque estén de vacaciones) y me fui a dar una vuelta por el pueblo. Fue entonces cuando me encontré de nuevo con Antoine, el chico francés con el que habíamos compartido aquellos 3 días de senderismo de Kalaw al lago Inle. Lo que puede parecer una enorme coincidencia, no nos supo como tal y reaccionamos como cuando te encuentras a algún conocido en el centro de la ciudad. Y es que, como ocurre también en Laos o Camboya, los turistas vamos siguiendo las mismas rutas y no es extraño encontrarse a una misma persona dos o tres días después en un lugar diferente. De hecho, al día siguiente volví a coincidir con Ona, la lituana de Mandalay, pero eso ya forma parte de la siguiente entrada.